“El secreto está en el número ocho” ese era
el mensaje que se repetía en la agenda de Sir Thomas Wall. Levaba varios meses muerto
y los herederos, ávidos por su fortuna, se carcomían las mentes para descifrar
el mensaje. Así llegaron hasta mí, buscando una punta, un camino que los
llevara al acaudalado tesoro. Trabajé en el caso muy poco tiempo, no llegué a
ninguna conclusión –aparente-, cobré mis honorarios y me fui a Irlanda. Tenía
una corazonada, más bien una certeza. Llegué a Dublin y luego de instalarme el
hotel me dirigí a Glasnevin, a buscar la tumba de la familia Wall. Haciendo
gala de mis pocos años en arquitectura y mis cursos on line de antropología, me
dedique por más de cuatro días seguidos a estudiarla. Era un solar muy
sencillo, sin ornamentaciones, lo único que se destacaba era una enorme cruz de
San Damián de casi dos metros de altura. Y ahí estaba. En el segundo
transversal, sobre el costado derecho, el símbolo del infinito: un ocho
acostado. A su lado una pequeña cerradura…ahora sólo me restaba encontrar la
llave.
Qué bueno! de quién es? Cintia?
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