Ocho escalones

Ocho escalones
El secreto estaba en el número ocho. No se daba cuenta, por eso lo buscaba en los cajones, entre las pilas de papeles diseminadas por toda la habitación, entreabría libros, palpaba sobre la superficie empolvada del techo de la heladera, bajo la alfombra, detrás de los marcos colgados en los muros, hasta en el tarro de yerba. No hallaba rastro desde hacía varios meses. Se recostó en el sillón a descansar, estaba agotada, tomó uno de los almohadones y apoyó la cabeza, se quedó dormida. Soñó con él, como siempre, otro diferente del anterior quien extendiendo su mano, le obsequió eso que le había quitado el sueño durante los últimos días. La sensación de felicidad la colmó. Se incorporó, caminó hacia la puerta de ingreso, avanzó hasta el palier, bajó un tramo de escalera. Desde el descanso pudo verlo, como en una película proyectada sobre la pared, bajó los ocho escalones. Lo encontró intacto, los espejos enfrentados lo repetían hasta el cansancio, nadie lo había visto, ni siquiera ella.


Silvia Estevez
No sé qué hice mal el otro día, pero ahora sí, acabo de subir "exitosamente" lo que hice sobre la primera consigna. Salutti affettuosi!

GLASNEVIN

“El secreto está en el número ocho” ese era el mensaje que se repetía en la agenda de Sir Thomas Wall. Levaba varios meses muerto y los herederos, ávidos por su fortuna, se carcomían las mentes para descifrar el mensaje. Así llegaron hasta mí, buscando una punta, un camino que los llevara al acaudalado tesoro. Trabajé en el caso muy poco tiempo, no llegué a ninguna conclusión –aparente-, cobré mis honorarios y me fui a Irlanda. Tenía una corazonada, más bien una certeza. Llegué a Dublin y luego de instalarme el hotel me dirigí a Glasnevin, a buscar la tumba de la familia Wall. Haciendo gala de mis pocos años en arquitectura y mis cursos on line de antropología, me dedique por más de cuatro días seguidos a estudiarla. Era un solar muy sencillo, sin ornamentaciones, lo único que se destacaba era una enorme cruz de San Damián de casi dos metros de altura. Y ahí estaba. En el segundo transversal, sobre el costado derecho, el símbolo del infinito: un ocho acostado. A su lado una pequeña cerradura…ahora sólo me restaba encontrar la llave. 


 Tarde, pero seguro, cumpliendo la consigna

El secreto estaba en el número ocho, decía el papel. Cerró la puerta como si su vida estuviera en juego. Barajó tembloroso. Cada carta,una amenaza. Ocho, una a lado de la otra. Juan había desaparecido y el papel ahora le pertenecía. Dio vuelta la primera y la manchó con transpiración. Sus ojos se abrieron desorbitados. Trataba de entender. La campana del convento marcó la hora exacta. 
Cuando Lucía entró a limpiar la habitación sólo vio una vieja carta mojada con el número ocho y un papel abollado. Abrió el papel.